martes, 31 de enero de 2017

BARRA OBRERA



...Discuten de la filosofía griega
y de la decadencia romana;
entre buches de barato aguardiente
y pobres cigarrillos,
alargando la ausencia de la casa
que ha de recogerles en vilo
—filosóficamente borrachos—.

Barras obreras patrimoniales
a la abundancia locuaz
de filósofos esquineros
que brincan vociferando,
ofendidos de que alguien
no vea en sus palabras la luz,
la erudición de sus sentencias. 

Beben y discursan de la vida azarosa
entre los vagos de oficio
—que les hacen el coro—

Y son, a su conformidad, felices.
Entusiasta público
que analiza
el advenimiento social
que, sin su saber, les cuenta.

Pichy

lunes, 23 de enero de 2017

CARTA DE DESPEDIDA

Todas las despedidas son dolorosas, unas más que otras. Hoy me despido después de muchos años, tirando de recuerdos, porque al fin y al cabo, es lo que me queda.
Siempre estabas ahí, a las duras y a las maduras, soportando el peso. Has sido el descanso de mis sueños, el sostén de mis desvelos y aunque te engañé en numerosas ocasiones, supiste perdonarme con momentos inolvidables.
Aún recuerdo esa noche en la que te interpusiste entre el frío suelo y mi cuerpo, porque no había llegado el somier, ¡te portaste! -todo hay que decirlo-. Fue una noche intensa y aunque puse unas mantas, la única forma de entrar en calor, era con el roce... A la mañana siguiente estabas chepado, y creo que desde entonces, algo doblado quedaste ¡qué fieras, eh! - ja ja ja-
Acogiste a los niños con dulzura, jugando, durmiendo, leyendo... y eso que no fueron forjados contigo (mis engaños), pero jamás me diste la espalda, por muchas veces que yo te la diera a ti.
Y me has hecho sudar. Tu cuerpo era fuego tanto en invierno como en verano, siempre estabas caliente para mi. Me vi obligada a dormir siempre desnuda; por eso llegaron tantas noches apasionadas, esas en las que sabías como acariciar mi cuerpo, para que fuera yo la protagonista... ¿Te acuerdas del día que jugamos con el cava? a la mañana siguiente estábamos pegajosos y ni frotando eramos capaces de quitar el olor.
Pero los años pasan y tu armadura fuerte, impasible y de sostén, se ha hundido. He de asumirlo.
No se cual será tu camino, ojalá caigas en manos de alguien que te valore, en estos tiempos de necesidad y desamparo, haciéndole muy feliz.
A mi me va a costar el cambio, jamás encontraré otro colchón como tú.

Hasta siempre.


Begoña M. Bermejo

jueves, 19 de enero de 2017

LA VIDA

Cuando me paro a contemplar por donde anduve,
vi los muchos pasos perdidos, que a trompicones,
fui dando por el camino incierto del neveral.
Mas no me quejo, peores pasos pudiera haber dado.

Me congratula haber pasado caminos pedregosos,
que me enseñaron, a ser y querer lo que he sido
algunas veces sintiéndome frustrado, otras no,
más ocasiones sí, que no: poeta en tiempo libre.

Y ahora voy galopando en un caballo sin montura,
recorriendo lugares por donde otros poetas pasaron,
poniéndome, el mundo por montera, con sosiego,
descuidado, dejando al viento mis pesares.

Todo lo tengo en el olvido,  a buen recaudo,
sin mucho arte pintando, escribiendo poemas
y procurando acabar este periplo ensordecido
de la mejor manera que puedo: con lo puesto,
sin bandera, recorriendo el último tramo a pie,
saludando a quien me encuentro, sin que sepa
quien soy, de donde vengo, ni a donde voy.

© Luis Vargas Alejo

lunes, 16 de enero de 2017

Un regalo brillante

Cincuenta pesetas, cien pesetas, ciento veinticinco, doscientas...
-¿Y todo ese dinero?- Me pregunta papá
-Son las pagas que me han ido dando los abuelos. Las he ahorrado. Quiero comprarle algo a mamá por su cumpleaños
-No hace falta, cariño. Mamá ya sabe que te gustaría regalarle lo mejor.
-No hace falta, pero quiero hacerlo. En la tienda de Doña Concha hay algo que a mamá le va a hacer mucha ilusión y yo quiero regalárselo. ¿Me guardarás el secreto?
-Sí, pero si solo la haces un dibujo, también le gustará y ese dinero para que te compres lo que quieras.
-Lo que quiero es hacerle un regalo.
-Está bien, como desees.
Ahí están. Son perfectos para mamá.
-¡Doña Concha! ¡Doña Concha!, vengo a por el regalo de mi madre. Los pendientes de corazones con brillantes. Tengo el dinero que me dijo que valían.
-Calma chiquilla, calma. Ahora te los pongo- dice la mujer con una sonrisa.
-¿Los va a envolver con el papel rojo de regalos especiales que me prometió?
-Claro que sí y le pondremos una pegatina de “deseo que te guste” ¿quieres?- me pregunta con un brillo de felicidad en sus ojos. Supongo que el mismo brillo que el de los míos, pero no más que el de esos pendientes tan bonitos.
-Aquí los tienes, preciosa. Espero que le gusten a tu mamá.
-Gracias Doña Concha. Si mi mamá viene por aquí no le diga nada es una sorpresa. Ya se los verá puestos.
-Así lo haré.

Hoy es el cumpleaños de mamá. Cuando salga del colegio, papá y yo iremos a la estación de autobuses a buscarla. Lleva dos semanas de viaje por trabajo. Y la daré mi regalo.
Son las cinco, he visto a papá que me está esperando en la puerta del colegio. Espero que no se haya olvidado de coger la caja del regalo...
-¡Papá!- me tiro a sus brazos y le doy un beso muy fuerte.
-¿Has traído el regalo?- le susurro en el oído
-Miriam, mira, ha pasado... que...- empieza a tartamudear
-¡Papá, se te ha olvidado!
-No, aquí lo traigo como te prometí, pero...- y se calla
-¿qué pasa?- le digo preocupada
-Ha llamado mamá. El autobus ha tenido una avería y no sabe cuando llegará. - me dice cabizbajo - Es probable que hasta mañana no la veas
-¡No!, tengo que darla su regalo hoy. - y empiezan a inundarse de lágrimas mis ojos.
-Cariño, mañana se lo darás. O se lo puedes dejar en la mesilla de la habitación y cuando llegue esta noche que lo abra.- me dice secando mis lágrimas
-Pero yo quería ver su cara. ¿Por qué no espero a que llegue y se lo doy?
-No, Miriam. Mañana hay colegio y sabes que a mamá no la gusta que te acuestes tarde. ¿no querrás enfadarla el día de su cumpleaños?
-Está bien, pero mañana me cuentas con detalle que cara puso.
-muy bien pequeña, eso haremos. Ahora, vamos a merendar.

Son casi las doce de la noche, no me puedo dormir. Mamá no ha llegado todavía. Papá la está esperando en el salón. ¡Suena la puerta!
-Buenas noches. Felicidades.- oigo que dice papá
-Gracias. Deberías haberte acostado, ya te dije que vendría tarde.- dice mamá.
-Le prometí a Miriam, que esperaría para ver tu cara cuando abrieses el regalo que ella te hace.
-¿Qué le has contado de por qué no venía?
-Que el autobus se había averiado. Estaba muy ilusionada con hacerte el regalo.
-No lo puedes entender..., es mi trabajo. Es importante. No puedo salir corriendo y dejarlo todo porque una niña caprichosa quiera hacerme un regalo
-Di lo que quieras, pero ábrelo que me quiero acostar.

Siento presión en el pecho y las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos... Oigo rasgar el papel que la Doña Concha puso y ... silencio.
-¡Unos pendientes! Seguro que ha sido idea tuya. Sabes que no uso pendientes, no me gustan.
Soy un manantial de lágrimas.
-Yo no he tenido nada que ver, tu hija eligió el regalo, yo no sabía lo que era. Pero por ella, ya puedes ponértelos aunque solo sea para que te los vea. Me voy a la cama.
Me ahogo, no puedo creerlo.
-¿Para que me has esperado? La tienes muy consentida, solo le dices lo que quiere oír. Si no me gustan, no me gustan. Eso es lo que tienes que decirla.
-¡Díselo tú!

Me duelen los ojos, la cabeza, estoy cansada. Debí quedarme dormida llorando. Voy a la cama de mamá. No está. Ya se ha ido.
-Buenos días, cariño- dice papá.
-Hola papá. ¿Dónde están los pendientes?
-Los llevaba mamá puestos cuando se ha ido. Le gustaron mu...
-¡No! ¿Dónde están?, lo oí todo. Ella no los merece...

-¡Miriam, Miriam, hija!- dice mi madre
-Perdón, estaba en babia recordando... ¿entonces lo devuelvo, no?- digo volviendo al presente
-Hija, los pañuelos no van conmigo.- y suelta una carcajada
-Lo sé, jamás lograré conocerte. Felicidades Mamá.- Y cuelgo el teléfono.

Begoña M. Bermejo

domingo, 15 de enero de 2017

LA BANDERA DEL CIELO


El cielo extiende su bandera
gritando a todos los vientos:
¡el Imperio soy yo!

¡Qué relatas!

Hace frío. Martina tiene la punta de la nariz roja y sus dientes castañean, como el taconeo de unos zapatos en un tablado flamenco. Nadie abre la puerta. Llamo y llamo por si hubiese sido que no lo oyera... Sale el señor Mostacho ( vecino del 4°A.Tiene un bigote muy poblado) a tirar la basura -lo sé por el olor pestilente a pescado podrido- Mira a Martina y luego a mi. ¡Sujeta la puerta, pequeñaja, no ves que voy cargado! dice con aires de superioridad. Se aleja hacia los cubos de basura, agarro a Martina en brazos y me adentro en el portal con intención de subir a casa. Llamo al ascensor. Abro la puerta, busco el 9 en la hilera de botones que sobresalen de la pared y, ahí, en lo más alto, está. Me pongo de puntillas, salto... ¡imposible! No me rindo, saco a Martina del ascensor y me dirijo a las escaleras. Vivir en el último piso tiene sus ventajas: los vecinos de arriba no molestan, la terraza es más grande y te sientes enorme viendo a la gente tan pequeña desde arriba, eso dice mi madre siempre, cuando hay que subir 9 pisos andando. Ya estoy. Llamo al timbre, una y otra vez, pero nadie contesta. Miro mis bolsillos, tengo 50 pesetas. Llamaré por telefono... Martina ahora tiene los carrillos rojos y lloriquea por sed. Solo tiene tres años y esta aventura de subir y bajar 9 pisos andando la ha agotado. A mi me duelen las piernas, pero he de ser fuerte por ella, soy la hermana mayor. 5 años mayor. Una mamá joven, como dice mi abuela. Voy al bar. Ya están cerrando, pero me dejan pasar para poder llamar. El único teléfono que me se, es el de mi profesor de matemáticas, José. Un viejo amigo de la familia. Un toque, dos toques, tres toques...
— ¿digame?
— hola, José, soy Patricia. ¿está ahí mi madre?
—¿Patricia?— dice extrañado.
—Sí, Patricia. Hemos venido del colegio, el fin de semana a casa. Llevo un rato esperando en el portal a mi madre, y Martina tiene frío. Pensé que podría estar contigo.
—No, Patricia. Aquí no está, pero ahora mismo os mando un taxi y os venís a casa conmigo hasta que llegue tu madre.
—Pero si mamá viene y no nos ve, se va a asustar.
—No te preocupes, yo se lo explico.
—Pero no tengo dinero, para pagar el taxi.
—Yo lo pago cuando llegue aquí. Ahora mismo llamo para que os recojan.
A Martina le vuelve a subir el color rojo a la punta de la nariz... ¡Ahí está el taxi!
No tardamos más de 10 minutos y José nos está esperando en la calle. - ¡qué alivio!-
—Hola, Patricia. Vamos... He hablado con tu madre y ya viene a buscaros.
—Gracias...
—¡Patricia¡ ¡Patricia! Oigo cuando estamos entrando en el portal.
—¡Mamá!— exclamó extrañada.
—¿Por qué no me has esperado en el portal? Sabes que estoy trabajando y no he podido llegar antes. Tú eres la hermana mayor. ¿Qué hubiese pasado si el señor del taxi os hace algo? ¡Eres muy irresponsable! Solo tenías que esperar.
—Martina tenía frio. Hemos llegado a las 5 y son las 11...— murmullo
—¡qué relatas!— dice furiosa.
—Nada. Lo siento mamá.— digo arrepentida.
—¡Martina!—grita mamá dando una abrazo y un beso a mi hermana.—¡vamos, a casa!— dice mirando de reojo a José
—Gracias José— digo cabizbaja según sigo a mamá. El me guiña el ojo.
Begoña M.Bermejo

ALGO

Si se descubriese un nuevo lenguaje
palabras, signos, formas... ¡qué sé yo!
algo que descifrase los sentires,
como un código morse con el que al palpar a ciegas
encontráramos, significados insignificantes
con un propósito definido.
 
Algo, que cambie las normas, leyes
y estructuras, que no dejan salir
del encajonamiento
de una mesa de escritorio
con una bombilla
sin hilo conductor luminiscente.
 
Algo, que proponga la novedad
más novedosa,
sin abortar lo aprendido
ni cercar con estacadas
las lindes conseguidas como protección.
 
Algo, que al comienzo de un poema,
no haya que ir pensando en su fin.
 
Begoña M. Bermejo

lunes, 9 de enero de 2017

VERANO

Después del abraso de la escoria
la voracidad aflige en la garganta
y un rugido se desagua en la candidez,
arruinando el cuello —no solo de la camisa—.

Reparas que el verano ha regresado
arrasando con sus luces las tibiezas
las tardes pausadas
con las últimas lluvias de la primavera
y cintura contra cintura
se hace el brillo de los cuerpos
con el deseo ingénito del trópico.

Las calles se inundan de bochorno
y las ventanas se abren a la intemperie.
Un mínimo de ropas realza las hermosuras
y las decadencias sin recatos.
Es tiempo de descuidos, y los agilibuses
buscan hacer su zafra
hurgando bolsillos entre la muchedumbre
que busca alivio a la canícula asfixiante.

El clima es de poco recogimiento
—y menos vergüenza: digo yo.

MARCHITAMIENTO



No logra sostenerse de pie
no puede con el peso del tiempo.
Todo le tira hacia abajo
todo se rehace en pendiente,
oblicuidad del vértice sobre las rocas
frente a la mar
que talla con el ímpetu de la insistencia.

Padece el vértigo del pesimismo absoluto
calculando la altura del Sol,
que invariablemente la persigue,
penetrándole con un rojo infinito
hasta consumirle el aliento.

Dice que es culpa del clima y el salitre,
que nos va pudriendo temprano
—creciéndonos la edad—,
la curvatura que le reduce la talla
—como si regresáramos al nacimiento—.

Lo inasible se hace perentorio
y no hay armaduras
para tantos desastres emotivos.   

Pichy

EN LA ISLA ENCALLADA



La fascinación manifiesta
peces dorados a la desnudez del sol
en las calles que me olvido.

No hay poemas para tanta poesía
transitando los reversos
y tenemos que gritar los cantos
para ayunar los reveses.

Los sueños sobreviven la alborada
y me enrolo en travesías increíbles
para sobrevivir esta varadura
infinita.

 pichy