HISTORIA DE CATALUÑA



La verdadera Historia de Cataluña
Corona de Aragón

La Corona de Aragón englobaba al conjunto de territorios que estuvieron sometidos a la jurisdicción del rey de Aragón, de 1164 a 1707. El nombre se aplica históricamente a partir de la unión dinástica entre el Reino de Aragón y el Condado de Barcelona y sus territorios asociados. El 13 de noviembre de 1137, Ramiro II el Monje, rey de Aragón, depositó  en  su  yerno  el  reino  (aunque  no  la  dignidad  de  rey),  firmando  este  en adelante como Conde de Barcelona y Príncipe de Aragón. Más tarde, en 1162, Alfonso II de Aragón heredaría el patrimonio conjunto y más tarde, por conquistas de nuevos territorios y matrimonio, esta unión de reino y condado en una sola corona, ampliaría sus  territorios  del   Aragón  y   Cataluña  históricas  hasta  incluir  otros  dominios: fundamentalmente  los  reinos  de   Mallorca,   Valencia,   Sicilia,   Córcega,   Cerdeña, Nápoles, así como, durante breve tiempo, los ducados de Atenas y Neopatria.

En las  Cortes de Monzón de 1289, el conjunto de los territorios era designado con nombres como "Corona Real", "Patrimonio Real" o "Corona de Aragón y de Cataluña". A partir del siglo XIV  se simplificó a "Corona de Aragón", "Reinos de Aragón" o simplemente  "Aragón".  Petronila  tomó  el  título  de  "Reina  de  Aragón"  y  Ramón Berenguer  tomó  el  nombre  de  príncipe  y  dominador  de  Aragón  al  hacerse  el matrimonio  bajo la forma de Matrimonio en Casa (esto supone que, al no haber heredero varón, el esposo cumple la función de gobierno, pero no la de cabeza de la casa, que solo se otorgará al heredero).

La  numeración  de  los  monarcas  varía,  en  función  del  territorio  al  que  se  hace referencia. De ahí que algunos historiadores actuales prefieran hacer uso de los alias para  hacer  referencia  a  ellos:  Pedro  el  Católico  (Pedro  II  de  Aragón),  Pedro  el Ceremonioso (Pedro IV), Alfonso el Magnánimo (Alfonso V). Sin embargo, el ordinal remite al tulo real principal, que  era el de Aragón, como declara  incluso el citado Pedro IV: "...y como quiera que los reyes de  Aragón están obligados a recibir la unción en la iudad de Zaragoza, que es la cabeza del Reino de Aragón, el cual reino es nuestra principal  designación,  [—esto  es,  apellido  (N.  del  A.)]  y  título,  consideramos conveniente y razonable que, del mismo modo, en ella reciban los reyes de Aragón el honor  de  la  coronación  y  las   demás  insignias  reales,  igual  que  vimos  a  los emperadores recibir la corona en la ciudad de Roma, cabeza de su imperio.

Apud Domingo J. Buesa Conde, El rey de Aragón, Zaragoza, CAI, 2000, págs. 57-59."
ISBN 84-95306-44-1.

Por  otra  parte,  existe  un  sector  de  la  historiografía  que  considera  la  estructura territorial de la Corona de Aragón equivalente a la de una confederación actual. Sin embargo,  esta  concepción  que  aplica  conceptos  políticos  actuales  a  estructuras políticas del pasado está discutida. También se debate sobre si es correcto referirse a
la   Corona   de   Aragón   como   corona   catalano-aragonesa,   puesto   que   esta denominación surge a partir de la obra de la renaixença, y fue establecida en el siglo XIX en obras como la monografía de Antonio de Bofarull y Broca, La confederación catalano-aragonesa (Barcelona, Luis Tasso, 1872).


La formación de la Corona de Aragón

La formación de la Corona tiene su origen en la unión dinástica entre el reino de

Aragón y el condado de Barcelona.


 Anales de la Corona de Aragón, de Jerónimo Zurita
Tras la muerte sin descendencia de Alfonso el Batallador el año 1134, durante el sitio de Fraga, su testamento cedía sus reinos a las órdenes militares del Santo Sepulcro, del  Hospital de Jerusalén y del  Temple.  Ante  este  hecho insólito, los habitantes de Navarra, que en aquel momento formaba parte de las posesiones del rey de Aragón, proclamaron rey a  García V Ramírez y se  separaron definitivamente de  Aragón. En este contexto, los nobles aragoneses tampoco aceptaron el testamento y nombraron nuevo rey a Ramiro II el Monje, que era entonces obispo de Roda-Barbastro. Ante esta situación, Alfonso VII de Castilla aprovechó para reclamar derechos sucesorios sobre el trono de  Aragón, mientras que García V manifestaba  sus aspiraciones y el Papa exigía el cumplimiento del testamento.

Las pretensiones de Castilla creaban un problema para el conde de Barcelona, Ramón Berenguer IV, pues coincidían con la rivalidad entre el condado y el reino de Aragón por la conquista de  las tierras musulmanas de la taifa de  Lérida.

El rey de  Castilla Alfonso VII dejó claras sus intenciones cuando en diciembre de 1134 penetró con una audaz expedición en  Zaragoza e hizo huir a  Ramiro.

Sin embargo, esos hechos no acabaron siendo favorables a las  aspiraciones del rey castellano, quien finalmente habría de renunciar a sus pretensiones sobre el reino aragonés.

Por su parte, Ramiro II, a pesar de su condición de eclesiástico, obtuvo una dispensa y se casó con Inés de Poitiers, matrimonio del que tuvieron una hija,  Petronila, en  1136.

Ello obligaba a planear  el  futuro  matrimonio  de  la  niña,  lo  que  suponía  elegir  entre  la  dinastía castellana o la barcelonesa.


El condado de Barcelona, en aquella época, estaba en manos de Ramón Berenguer IV.  Anteriormente,  ya  había  consolidado  su  supremacía  sobre   otros  condados catalanes como Pallars, Cerdaña,  Besalú, Peralada, etc. Al mismo tiempo, se había puesto  de  manifiesto  la  potencialidad  de  la  flota  catalana,  con  hechos  como  la conquista momentánea de Mallorca (1114) o las expediciones llevadas a cabo por los condes barceloneses en tierras moras de Valencia, siendo frustradas sus intenciones por  la  intervención  de  Castilla,  personificada  por  Alfonso  VI  y  el  Cid  (derrota  de Berenguer Ramón el Fraticida en Tevar).

Al mismo tiempo, se iniciaba una política de alianzas ultrapirenaicas que culminarían en la unión de Barcelona y Provenza por el casamiento de Ramón Berenguer III con Dulce de Provenza.


Alfonso VII presentó la candidatura de su hijo Sancho, futuro Sancho III de Castilla, pero la nobleza aragonesa acabó  eligiendo a  la  Casa de Barcelona,  con la que  se negociaron detalladamente los términos del acuerdo, por los cuales Ramón Berenguer IV recibiría  el título de  "príncipe" y "dominador" de Aragón. Se especificaba que si muriese la reina Petronila antes que Berenguer, el reino no quedaría  en manos del conde hasta después de la muerte de Ramiro. Además, el Reino iría a manos de Berenguer si Petronila moría sin descendencia, o tenía sólo hijas, o hijos varones pero estos morían sin descendencia.

Ramón Berenguer pacta con el rey aragonés Ramiro Y yo el rey Ramiro sea rey, señor y  padre  en  mi  reino  de  Aragón  y  en  todos  tus  condados  mientras  me  plazca, entregando a la Corona de Aragón todos sus dominios como "dominador" o "princeps" para ejercer la «potesta real, pero no cedió ni el título de Rey ni la dignidad ni el apellido o  linaje. En  1162, el hijo  de Ramón  Berenguer y Petronila,  Alfonso II  de Aragón se  convertiría  el primer rey de la Corona y tanto él,  como sus sucesores, heredarían los títulos de "rey de Aragón" y de "conde de Barcelona". Ramiro expresó por escrito que los títulos debían estar en ese orden.

La   entidad   resultante   fue   una   mera   unión   dinástica,   pues   ambos   territorios mantuvieron sin modificaciones sus propias instituciones políticas. Del mismo modo, los territorios anexionados posteriormente por la política expansionista de la Corona, crearían y mantendrían separadas sus propias instituciones. Sin embargo, con el paso del  tiempo  sería  cada  vez  conocido  como  "Corona  de  Aragón",  no  porque  ello obedeciera a una hegemonía de un territorio sobre el otro, sino por el orden jerárquico de los títulos nobiliarios, según el cual el de "rey" precede al de "conde", y ese orden favorecería la forma final de su denominación. A pesar de la incorporación de nuevos reinos, el título de "rey de Aragón" siempre ocuparía el primer lugar.


LOS TERRITORIOS DE LA NUEVA CORONA

Los  territorios  que  pasaron  a  formar  parte  de  la  Corona  de  Aragón  fueron  los siguientes:  

El  Reino de Aragón (Jaca,  Roda de Isábena,  Huesca,  Barbastro,  Tarazona, Zaragoza y Calatayud). Condados catalanes: Condado de Barcelona (Cornellá, Besalú, Berga, Vic, Gerona, Manresa, Barcelona y Tarragona).

Herencia  provenzal  de  la  casa  de  Barcelona,  de  soberanía  directa: Provenza (Arles, Niza, Aix-en-Provence, Marsella), Carladès (Carlat), Gavaldá (Mende) y Millau (Millau).

Los territorios feudatarios y vasallos de la casa de Barcelona:  Béarn (Pau),  Bigorra  (Tarbes),  Cominges  (Saint  Bertrand),  Pallars  Sobirá  (Sort), Pallars Jussá (Tremp), Urgel (Castelciutat, Balaguer), Carcasona (Carcasona), Rasés,   Rosellón (Castellrosselló)  y   Condado  de  Ampurias  (Castelló  de Ampurias).

Las  conquistas  de  Ramón  Berenguer  IV:  

Daroca,   Monreal  del  Campo,  montalbán, Caspe, Fraga, Lérida y Tortosa.
Indicando que Bigorre y Cominges si eran vasallos de alguien, lo eran de la corona inglesa; por lo que los únicos homenajes dados al rey  de Aragón  se debían a los señoríos que poseían en territorio de las Provincias de España.


Así mismo el Pallars también  ofreció  homenaje  a  la  corona  de  Navarra,  según  su  conveniencia.  El vizcondado  de Carcassonne era vasallo del  condado de Toulouse.

El condado  de Razés desapareció a mediados del siglo XI, siendo repartido entre dos ramas de la misma familia: los Couserans y los Foix.

El condado de Foix buscó la protección del rey de Aragón frente a la alianza de los condes de Cominges y Urgel, por lo que sí se puede afirmar que en cierta medida era feudatario de la Corona.

En el único momento en que los señores del Medidodía Frances fueron vasallos del rey de Aragón fue precisamente cuando fueron excomulgados y desposeidos de sus Estados. Buscaron protección con Pedro II ofreciéndole homenaje en enero de 1213 a

cambio de su protección. tras la Batalla de Muret el 13 de septiembre del mismo año, la situación volvió a ser la misma: Béarn y Bigorre bajo  la soberanía del monarca inglés, mientras que Cominges y Foix vasallos de la corona francesa.

Desde finales del siglo XIII se inicia también la expansión de la Corona sobre el Mediterráneo.  Jaime II  retuvo el dominio conseguido por  Pedro III de  Aragón de la corona de Sicilia, aunque hasta el siglo XV se mantendría bajo el dominio de una rama secundaria  de la dinastía. También Jaime II recibió la investidura de  Cerdeña, que conquistaría en 1324 y supondría un duro esfuerzo de dominio a lo largo de los años siguientes.  Asimismo, prolongó hacia el sur  los límites del reino  de Valencia,  que mediante la Sentencia Arbitral de Torrellas (1304) alcanzarían los límites definitivos.

Se crea el Llibre del Consolat de Mar, un código de costumbres marítimas. Además, se fundan diversas compañías marítimas, como las grandes  compañías catalano- aragonesas  (Magnas  Societas  Cathalanorum),  gracias  a  las  cuales,  en  1380  se conquistarían territorios como los ducados de Atenas y Neopatria, que quedarían bajo la soberanía de Pedro el Ceremonioso durante cierto tiempo.

La expansión de la Corona de Aragón


Armas de Aragón y Sicilia

Durante el  gobierno de  Ramón Berenguer IV y Petronila, fueron conquistadas  las ciudades de  Tortosa,  Lérida,  Fraga,  Mequinenza, además de la  sierra de Prades, Siurana,  Miravet... 

Más  tarde,  bajo  el  reinado  de  Alfonso  II  de  Aragón,  fueron conquistadas más tierras hacia el sur llegando hasta  Teruel, y con los tratados de Tudilén (1151) y  Cazorla (1179), la Corona fijaba su línea de expansión peninsular sobre los reinos musulmanes de Valencia y Denia.

Durante el  reinado de  Jaime I, tuvo lugar la conquista de  Mallorca y del  reino de Valencia, a lo  largo de la primera mitad del siglo XIII.

Culminada la conquista del antiguo reino de Denia hasta Biar, límite acordado en el tratado de Cazorla, las tierras levantinas no fueron incorporadas a Cataluña  o Aragón, sino que constituyeron un nuevo reino, el de Valencia, que adquiriría Cortes propias, fuero propio (los Fueros de Valencia) y mantendría una dualidad lingüística entre los territorios más cercanos a la costa (habla catalana en su variante valenciana) y los del interior (habla aragonesa en su variante valenciana).

Asimismo, tras la muerte del Conquistador, su testamento daría lugar al  reino de  Mallorca, que heredaba su hijo Jaime y que incluía las  islas Baleares, los condados de Rosellón y Cerdaña y el señorío de Montpellier.

Este reino de  Mallorca  resultaría  políticamente  muy  inestable  y  seria  finalmente  anexionado nueva y definitivamente a la Corona por Pedro el Ceremonioso.

Del cambio de dinastía a la unión dinástica con Castilla


Tras la muerte de  Martín el Humano, la Corona se vio abocada a un periodo de interregno,  pues falleció sin haber nombrado sucesor. En ese contexto aparecieron cuatro  candidatos  al  trono:  el  infante  Federico,  Luís  de  Anjou,  Jaime  de  Urgel  y Fernando de Antequera.

La dificultad de las instancias dirigentes de Aragón, Cataluña y Valencia  para ponerse de acuerdo evidenció una grave división en el seno de la Corona,   que   evolucionaría   de manera   favorable   a   Fernando   de   Antequera, representante de la dinastía castellana de los Trastámara, casado con "la rica hembra" lo  que  le   permitió  tener  una  gran  renta  con  la  que  comprar  el  voto  de  los compromisarios de Caspe.

Ayudaron a ello la riqueza del candidato, su habilidad política y la actuación del papa Benedicto XIII, que en pleno Cisma de Occidente optó por promover al candidato castellano para asegurarse el apoyo de la Corona de Aragón y de  Castilla. 

De este modo, mediante el  Compromiso de Caspe de  1412, Fernando fue nombrado monarca de la Corona. La nueva  dinastía persistiría en la política expansionista, de manera que su sucesor, Alfonso V, conquistaría el reino de Nápoles en 1443.

La  boda  entre  Fernando  el  Católico  e  Isabel  la  Católica,  celebrada  en  1469,  en Valladolid, y la alianza consiguiente permitió que los castellanos apoyasen la política expansionista de Aragón en el Mediterráneo, al tener una política exterior común. El duque de Alba anexó el reino de Navarra a la corona de Aragón en 1512. Sin embargo en 1515 Navarra fue cedida a Castilla.

A pesar del matrimonio de los  Reyes Católicos de  1469, ambos reinos conservaron sus instituciones políticas y se mantuvieron las cortes, las leyes, las administraciones públicas y la moneda, aunque unificaron la política exterior, la hacienda real y el ejército.

Reservaron para la Corona los temas políticos, y actuaron conjuntamente en política interior.

La unión efectiva de los reinos de Castilla, Aragón y Navarra se hizo bajo el reinado de Carlos I, que fue el primero en adoptar, junto a su madre Juana. el título abreviado de Rey de las Españas y de las Indias.

Los territorios de la Corona de Aragón en la Edad Moderna


La integración de los territorios de la Corona en la nueva monarquía estuvo marcada por el poder hegemónico de Castilla en el interior de la Corona.

Su articulación tuvo lugar fundamentalmente a través  de dos instituciones: el  Consejo de Aragón y el virrey. El Consejo Supremo de Aragón era un órgano consultivo de la corona creado en  1494, a raíz de una reforma  en la  Cancillería Real realizada por Fernando el Católico, que desde 1522 estaría integrada por un vicecanciller y seis regentes, dos para el reino de Aragón, dos para el reino de Valencia y dos para el Principado de Cataluña, Mallorca y Cerdeña. Por su parte, los virreyes asumieron funciones militares, administrativas, judiciales y financieras.

Los conflictos se  sucedieron a lo  largo de los siglos modernos, hasta la  Guerra de Sucesión. En  1521 tenían lugar las  Germanías, un movimiento surgido en Valencia entre la incipiente burguesía, que se extendió hasta 1523. En Mallorca tuvo lugar en los mismo años otro movimiento similar, dirigido por Joanot Colom. La derrota final de los agermanados supuso una fuerte represión y la reafirmación del dominio señorial.

Ya durante el reinado de Felipe II, tuvo lugar la prohibición a los súbditos de la Corona de Aragón de estudiar en el extranjero, frente al riesgo de contagio calvinista (1568). Asimismo,  en  1569,  todos  los  diputados  de  la   Generalidad  de   Cataluña  eran encarcelados bajo la acusación de herejía, en el marco de la disputa por el pago del impuesto  del  excusado.  En   1591,  tuvieron  lugar  las  "turbaciones  de  Aragón", generadas cuando el ex secretario del rey, Antonio Pérez, condenado por la muerte del secretario de don Juan de Austria, se refugió en Aragón y el monarca transgredió todas los privilegios aragoneses para apresarlo e  incluso hizo ejecutar al  Justicia Mayor de Aragón.


Durante  el  siglo  XVII,  las  tensiones  fueron  bastante  mayores.  Las  necesidades financieras de los monarcas les condujeron a intentar aumentar por todos los medios la presión fiscal sobre los territorios de la Corona de Aragón, cuyas constituciones garantizaban importantes protecciones frente a ellas. Tras entrar en guerra la corona con Francia en  1635, el despliegue de los tercios  sobre Cataluña generó graves conflictos  que  desencadenaron  en  la  Guerra  de  los  Segadores  en  1640.  Así,  la Generalidad de Cataluña, planteando primero la formación de una República catalana, acabó por reconocer a Luis XIII de Francia como conde de Barcelona. El conflicto fue finalmente superado con la  Paz de los Pirineos (1659), por la cual  el  condado del Rosellón y la mitad norte del condado de la Cerdaña pasaban para siempre a dominio francés y Francia devuelve a España el condado de Barcelona. A finales del siglo, en 1693 estallaría también en Valencia la Segunda Germanía, un alzamiento campesino y antiseñorial, en torno a la partición de las cosechas.

La extinción de la Corona de Aragón: la guerra de Sucesión


Real Cédula de Carlos III (1768)

A  pesar  de  la  gravedad  del  conflicto  de  los  Segadores,  Cataluña  y  el  resto  de territorios de la Corona preservaron sus fueros, instituciones propias, y autonomía política. Sin embargo, los sucesos posteriores a la proclamación de  Felipe V como heredero  de  Carlos  II  marcarían  el  final  del  modelo  institucional  que  los  había caracterizado desde el siglo XII.

Cuando Carlos II murió y dejó finalmente como heredero a Felipe de Anjou, Felipe V, se formó en Europa la Gran Alianza de la Haya, entre Inglaterra, las Provincias Unidas y Austria, que no aceptaba la instauración de la monarquía borbónica en España y apoyaron las aspiraciones de otro aspirante, el archiduque Carlos de Austria. Jurado inicialmente como rey por las cortes catalanas (1701-1702) y aragonesas, en 1705, la fuerza de  los partidarios del  archiduque y los  conflictos  con el virrey  Fernández de Velasco supusieron un nuevo alzamiento en armas de los catalanes,  que apoyados por una flota inglesa, permitieron la entrada triunfal de aquel en Valencia y Barcelona.

El año siguiente, el  1706, Carlos era proclamado rey en Zaragoza y en el reino de Mallorca.  Sin  embargo,  los  aliados  no  se  vieron  apoyados  en  su  avances  sobre Castilla, que les llevó a retirarse al reino de Valencia. La reacción bélica de Felipe V en el año siguiente supuso la conquista del reino de Valencia, tras la batalla de Almansa (24 de abril de  1707).

Lo mismo sucedió con  Zaragoza y el reino de Aragón, que fueron tomadas rápidamente. Tras ello, Felipe de Anjou firmó los Decretos de Nueva Planta con los que suprime los fueros, el derecho civil, y las fronteras arancelarias de dichos reinos.

Una nueva penetración de los aliados en Castilla en 1710, a pesar de su entrada en Zaragoza y Madrid, no le sirvió tampoco para consolidar sus posiciones y les obligó a abandonar Aragón. En septiembre el archiduque se marchó de Barcelona y mediante el tratado de Utrecht de 1713, las tropas aliadas dejaron progresivamente Cataluña. El 11 de  septiembre de  1714 fue tomada Barcelona y en  1715 la isla  de Mallorca.

El triunfo borbónico fue seguido de una radical remodelación del sistema político de los reinos de la corona, asimilándolos  al régimen de Castilla  mediante los  Decretos de Nueva Planta. Se situó al frente del territorio a un capitán general, un sucesor del antiguo virrey que ya no se sometería a las leyes propias.

Los intendentes pasaron a controlar el sistema financiero y hacendístico,  donde se aglutinaron los tradicionales ingresos de la Corona, los antiguos impuestos de las diputaciones del general y los nuevos  impuestos  aplicados  para  equiparar  la  carga  fiscal  de  los  territorios conquistados a la de los castellanos.

La Nueva Planta trajo también la supresión de las autonomías municipales, de todo tipo de asamblea municipal, la designación de todos los cargos  por autoridad real y la sustitución de las unidades administrativas por corregimientos. 

El  castellano  pasó  a  ser  el  único  idioma  oficial  de  todo  el  reino, resultando  ser un importante perjuicio para  el  catalán,  ya que hasta entonces era oficial en Valencia, Cataluña, y Mallorca.

Todo este conjunto de reformas suponía la homogenización de Castilla y Aragón en el marco de un nuevo estado absoluto casi centralizado (sólo el Valle de Arán, las provincias vascongadas y Navarra, partidarios de Felipe de Anjou, mantendrían sus particularidades).

Los reyes de la casa de Borbón siguen empleando en sus títulos, entre muchos otros, los de rey de Aragón, de Valencia, de Mallorca, Conde de Barcelona, Señor de Molina, etc. y, al igual que los Austrias, la forma abreviada de Rey de las Españas y de las Indias.

19 comentarios:


  1. En mi opinión, desde mi ingnoracia, creo que nunca se ha querido la independencia como nación, pues antes y ahora, quieren el control de la ilegalidad. Seguir con las prebendas de España (seguros sociales, educación, sanidad, europa, deporte español...) que les permiten vivir a lo grande, pero que cuando roben, el gobierno no les pueda meter mano.

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  2. Por aportar algo, y que me pareció interesante cuando lo leí... Pues, cada maestrillo tiene su librillo. Con la historia pasa lo mismo; hay muchos puntos que coiciden, pero también muchos otros que unos cuentan y otros no.
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    El ilustrado Voltaire, dueño de un humor cáustico y gran clarividencia, afirmó que Cataluña «es uno de los países más fértiles de la tierra y de los mejor situados. Regada por hermosos ríos, arroyos y fuentes, tanto como la vieja y la nueva Castilla están privadas de ellos, produce todo lo indispensable para las necesidades del hombre y todo lo que puede halagar sus deseos: árboles, granos, frutos y legumbres de todas clases». Lo hizo en la obra histórica el «El Siglo de Luis XIV», de 1751, donde repasaba el gobierno del Rey Sol que domina más de un siglo de historia de Francia.


    El francés también considera con su habitual astucia que «lejos de que la abundancia y las delicias los hayan reblandecido, los habitantes han sido siempre guerreros, y los montañeses, sobre todo, feroces. Pero, a pesar de su valor y de su extremado amor por la libertad, han estado subyugados en todos los tiempos: los conquistaron los romanos, los godos, los vándalos, los sarracenos». Es la misma opinión del historiador Ricardo García Cárcel, el cual considera que «Cataluña nunca ha sido un Estado autónomo. Siempre dependió jurídicamente de otros»

    Este juicio, que parece aventurado, tiene una certera representación en la historia: Cataluña en la mayoría de su existencia ha estado vinculada jurídicamente a grandes territorios, existiendo apenas días en los que llegó a ser independiente de verdad. En ese sentido, se debe recordar que el origen de los condados catalanes tiene poco que ver con los Estados modernos, y están vinculados ya desde el inicio a la Monarquía carolingia. Más aún, su pertenencia a la Hispania Romana, donde resulta parte fundamental, se corrobora en todos los textos clásicos (Tito Livio, Estrabón, etc.).


    Todos esos estados no pueden ser considerados como «naciones», ya que el término jurídico es inexistente en aquellos tiempos y solo aparece en el léxico común en la Edad Moderna de manera estrictamente cultural. Como afirma con clarividencia Pierre Vilar en su «Breve Historia de Cataluña»: «ante una historia multi milenaria, no debe pronunciarse (o escribirse) con demasiada alegría la palabra nación, ni siquiera la palabra cultura». Ahora bien, ¿Cuándo empieza la vinculación del territorio catalán a grandes potencias externas? ¿Fue alguna vez Cataluña independiente del resto de la Hispania o la Galia?

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  3. De Roma a los godos

    La romanización fue especialmente fuerte en la costa española, en lo que se llamó Hispania Citerior después de la división en el 197 a.C. Los historiadores Roldán Hervás y Wulff Alonso recuerdan como «el propio desarrollo de la conquista marcaba la pauta hacia el valle medio y bajo del Guadalquivir, el curso bajo del Ebro, Cataluña y la costa levantina y meridional mediterránea» en su libro sobre las provincias romanas. Vinculada muy pronto a una unidad hispana, Estrabón la analiza como parte del territorio en su «Geografía». Si bien la existencia de la colonia helena de Ampurias desde 575 a.C. ejerció como núcleo irradiador en toda la Tarraconensis, se vincula étnicamente al grupo ibero. Historiadores nacionalistas como Ferrán Soldevilla vieron las raíces de la «diferencia catalana» en estos contactos previos con los griegos y romanos, pero esto bien podría valer para el fuerte comercio de Gádir con el mediterráneo oriental o la rápida asimilación de la colonia cartaginesa a Roma después de las Guerras Púnicas.

    Tanto Tarragona como Barcelona fueron ciudades de gran importancia en los siglos de transición al medievo. Barcelona llegó a ser la Corte del Rey godo Ataulfo en el 415. Con la caída del Imperio de Occidente, en el 476, los godos consiguen reconocimiento jurídico final en el territorio que se construye entre las actuales España y Francia. Por otra parte, sus choques con los Francos, definitivos en la Batalla de Vouillé (507), harán que se asienten finalmente en Hispania. El hijo del Rey godo derrotado en Vouillé, Gesalieco, volverá a establecer la capital en Barcelona, después de la pérdida de Tolosa (la actual Tolouse francesa).

    Este reino visigodo, que pronto se centralizará en Toledo (a la mitad del siglo VI), contó siempre con la permanencia de los territorios de la actual Cataluña en el conjunto de Hispania. En los Concilios de Toledo, especialmente el III (En el 589, que da pie a la unidad religiosa y el fin del cisma arriano), están presentes los Obispos de los territorios catalanes. De hecho, en las constantes guerras civiles y el «morbo gótico» la provincia tarraconensis en fundamental en las disputas de poder de los sucesivos reyes góticos. San Isidoro de Sevilla en su «Historia de los Reyes de los Godos, vándalos y suevos» (619) resume cómo los reyes visigodos concebían la Hispania romana como una unidad. De hecho llama a Suintila, que expulsó a Suevos y Bizantinos, Rey de «totius Spaniæ».

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  4. Una marca para una guerra

    Con la derrota de los visigodos en Guadalete, en el 711, comenzó de manera progresiva la toma de la península ibérica por los árabes. Aunque fue una conquista relativamente rápida, la provincia al norte de los pirineos, la septimania, no caerá hasta el 719. Allí comienza una guerra constante, permanente, entre los condes góticos resistentes, las expediciones de los francos y las invasiones islámicas. La derrota de los musulmanes en Poitiers, 732, liberará la zona de la presión desde Hispania. De hecho, por las grandes cantidades de población visigoda exiliada después de la invasión musulmana septimania será conocida como «Gothia».

    A finales del siglo VIII, con el apogeo del Imperio Franco de Carlomagno, se buscará intervenir en la península reconquistando territorios y erigiendo condados dependientes jurídicamente del soberano. Esto era una marca, que en terminología medieval suponen los territorios de frontera dependientes de un defensor, pero que teóricamente responden a un soberano. Con la septimania liberada ya, se reconquistará Gerona en el 785 y Barcelona en el 801. Es el origen de la «Marca Hispánica», marasmo de condes francos y visigodos que servían como limes frente a los musulmanes.


    Aunque muchos historiadores nacionalistas ven el origen de Cataluña en estas conquistas, la «Marca» alcanzaba originariamente Pamplona al oeste, e incluía Aragón. El historiador José Antonio Maravall dejó claro que ha creado «en los historiadores posteriores el hábito de aceptar la visión de la pretendida Marca Hispánica como si fuese un departamento organizado de un Estado administrativo de nuestros días. Marca Hispánica no es, consiguiente, un nombre de país, menos aún el nombre de una región constituida como una parte del Reino franco». De hecho el propio nombre fue popularizado por el intelectual francés Pierre de la Marca en tiempos de Luis XIV en su obra «Marca hispanica sive limes hispanicus». ¿Su objetivo? Justificar la anexión al Reino de Francia de los condados catalanes en el siglo XVII. Difusa justificación para considerar un territorio de frontera dependiente del Emperador de Occidente como la primera Cataluña.

    Además, la aplicación de viejo código visigodo, el Liber Judiciorum, es fundamental para entender la vinculación de Cataluña al resto de la antigua Hispania. Los carolingios mantuvieron, como afirma Emilio Mitre Fernández, la jurisdicción conocedores que esta provincia pertenecía a la antigua jurisdicción hispana. De hecho, este código estuvo menos aplicado en otras regiones occidentales como Castilla, que se independizó pronto de las viejas leyes visigodas que defendía el reino de León, como bien estudió Claudio Sánchez Albornoz en su obra historiográfica.

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  5. Juego de tronos

    La independencia «mitológica» de Cataluña procede de Wifredo el Velloso, que transmitió en el 897 el condado a su hijo. Se consideraba que estos territorios, alodiales y vinculados a una marca, no podían transmitirse. Ahora bien, no existe ningún documento que acredite una desvinculación de esos condados, que comienza a dominar Barcelona, jurídicamente a Francia. Uno de sus sucesores, Borrell II, fue más audaz y se declaró vasallo del 950 al 966 del Califa de Córdoba, Alhakén II. Estamos hablando en este tiempo del apogeo del califato, que atemorizaba a media España, y es entendible que pretendiera la paz con los belicosos musulmanes. No serviría de mucho: los condados serían igualmente arrasados por Almanzor a finales del siglo X. Esto llevó a que pretendiera jurar fidelidad a Hugo Capeto, que le pidió homenaje en Aquitania.

    En este limbo jurídico, los condados catalanes, todavía débiles, se vincularon dinásticamente con el resto de reinos hispanos. Acabarán en la órbita de Aragón, con Alfonso II, a través del matrimonio de Petronila y Ramón Berenguer IV (1150). Poco antes, con la coronación de Alfonso VII de Castilla, el 26 de mayo de 1135, el conde de Barcelona reconocía al Rey de Castilla como «Imperator Totius Hispaniae» asistiendo a la ceremonia. De hecho, el conflicto dinástico entre los herederos del propio Conde se dirimió ante el soberano de Castilla. Demasiados rasgos de dependencia para hablar de un Estado «independiente».


    Con su alianza dinástica a Aragón, que sirvió como escudo al viejo vasallaje de Francia, acabará en el siglo XV con su unión a la dinastía castellana. Es el conocido como el Compromiso de Caspe, de 1412, cuando Fernando de Antequera ascendió al Trono de Aragón. Otro hecho «mitológico» para el nacionalismo, Vicent Vives consideró que esta unión dinástica, que acabará después de los Reyes Católicos, fue beneficiosa para las dos Coronas. Castilla se benefició del «sentido utilitarista de la burguesía catalana» mientras que Cataluña conservó sus propias leyes. Estas sería el motivo de disputa en los siglos subsiguientes.

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  6. Austrias y Borbones

    Los Reyes Católicos, con su boda en 1469, unificaron dinásticamente el país y crearon una política exterior común. La legislación diversa entre los reinos se mantuvo, aunque Fernando pudo resolver pleitos en el principado como los «mals usos», los malos usos, que permitían según la jurisdicción catalana la usurpación de bienes e incluso el maltrato del señor a su vasallo. A lo largo de los Austrias mayores, Cataluña no tuvo problemas mayores con la Monarquía Hispánica, que la reconoció su legislación y jurisdicción. Aragón veía cobrar importancia a Valencia, mientras que Cataluña todavía se recuperaba demográficamente de la Baja Edad Media. Recuerda el medievalista Sánchez Albornoz en su testamento político que «sin el sostén bélico y fiscal de la Corona castellana, Cataluña habría sucumbido ante sus dos enemigos aliados (La Francia de los Valois y los Turcos)».

    El siglo XVII, con la crisis política y económica de este periodo, verá la única oportunidad donde Cataluña llegó a ser independiente: el año 1641. La guerra de la Monarquía Hispánica contra el Reino de Francia, que tuvo como frontera a Cataluña, derivó en un conflicto local donde el Conde-Duque de Olivares abusó de su «despotismo» en palabras de Voltaire. Su proyecto de Unión de Armas quería hacer contribuir a todos los Reinos en dinero y soldados, pero se encontró con una feroz resistencia en Cataluña, a la que se le exigió un número de tributos y soldados excesivo, con un censo inflado de creer al historiador británico John H. Elliott. El historiador también anglosajón Henry Kamen ha estudiado cómo en este periodo comienza una gran comunicación entre Francia y Cataluña, con frecuentes migraciones en la zona del Rosellón.

    Los sucesos fueron muy rápidos: en 1635 Francia ataca a los Habsburgo temerosa de su poder en Europa. España y el Imperio resisten bien el primer envite, pero la guerra acaba en un sinfín de sitios en los Pirineos y Flandes entre las dos alianzas. En medio de esa guerra, Olivares exigió a los catalanes que acogieran a los soldados de los Tercios. El Virrey Santa Coloma dejó clara la posición del Rey Felipe IV ante los catalanes «Cataluña es una provincia que no hay Rey en el mundo que tenga otra iguala ella. Ha de tener Rey y señores, pero que a estos señores no les han de hacer ningún servicio, ni aquel que es necesario precisamente para la conservación de ella. Que este Rey, y este señor, no ha de poder hacer ninguna cosa en ella cuantas quisiera, y lo que es más, ni de cuantas conviniere».

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  7. En medio de una crisis económica, sin comunicación de comercio con Francia -esencial- por los edictos de 1635 y 1638, estas medidas derivaron en la revuelta total. En mayo de 1640 el Corpus acaba con los campesinos catalanes enfrentándose a los tercios. En junio entran en Barcelona y asesinan al Virrey Santa Coloma. Pau Claris, clérigo que domina la Generalidad, proclama por primera vez y última la independencia catalana: el 17 de enero de 1641. No dominaba todo el principado, dividido entre los Reinos de España y Francia. El 23 de enero, instigado por Richelieu, entregará la soberanía a Luis XIII de Francia. La independencia no llegó a durar una semana. Cataluña estará vinculada al Reino de Francia desde 1641 hasta el Tratado de los Pirineos, en 1659. Perderá en ese tratado el Rosellón y la parte norte de la Cerdaña. Esa zona, afirma Kamen, estaba ya muy afrancesada demográficamente.

    La dominación francesa, mucho más dura y absoluta que la hispana, provocó varias revueltas en el Rosellón. Estos hechos fueron claves, posteriormente, en la guerra de sucesión al trono de España: suerte de contienda civil entre Felipe de Borbón y Carlos de Habsburgo con una vertiente mucho más dinástica que nacional (existieron cientos de austracistas en la Corona de Aragón y borbónicos en Castilla). La traición de las autoridades catalanas a Felipe V, al que juraron, provocó los Decretos de Nueva Planta, de 1707 a 1716 que unieron legislativamente los reinos como racionalización legislativa y que acabó con las constituciones catalanas.

    En la épica defensa de Barcelona en esta guerra, que ha construido el imaginario del nacionalismo, la llamada a la defensa de la ciudad afirmaba que lo hacía por «por su Rey, por su honor, por la Patria y por la libertad de toda España». Resulta difícil de pensar en manifiesto menos independentista.

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  8. Revolución y federalismo

    En los tiempos modernos, con la Monarquía unificada, Cataluña no intervino en apenas asonada autonomista. Existió un «Memorial de Agravios» de 1760, por el cual se pretendía la vuelta a las viejas constituciones de Aragón, pero apenas encontró eco tanto en la población como en el Rey Carlos III. Cataluña fue gobernada por un Capitán General en los primeros años, luego de la resistencia feroz al nuevo modelo legal de la dinastía Borbón. Pero hubo de ser Napoleón quién la desgajara de España en su invasión, aunque se enfrentó a la propia resistencia de la población y su aceptación de la Constitución de Cádiz, en 1812. La única pervivencia de los viejos usos catalanes será en las guerras entre legitimistas (carlistas) y liberales, teniendo los primeros gran apogeo en la Cataluña rural.

    La revolución de 1868, con la República de 1873, será el primer pistoletazo de salida del autonomismo catalán. El ideario de este, fuertemente federal y españolista a su manera, se resume en «Las Nacionalidades» de Francisco Pi i Margall:

    «La federación es, pues, el mejor medio no solo para determinar y constituir las nacionalidades, sino también para asegurar en cada una la libertad y el orden y levantar sobre todos un poder que, sin menoscabarles en nada la autonomía, corte las diferencias que podría llevarlas a la guerra y conozca de los intereses que les son comunes»

    La revolución cantonal del 73, donde el federalismo fue «enterrado» de creer al republicano Emilio Castelar, acabará con cualquier ideal autonomista a corto plazo. De manera interesante, los disturbios en Cataluña no fueron decisivos como en el País Vasco o el Levante del país.

    A lo largo de este final del siglo XIX, aunque se data ya de 1833, la llamada Renaixença va a hacer sobrevivir el idioma catalán y las tradiciones del país. Gracias a historiadores románticos y nacionalistas como Torres Amat o Bofarull i Mascaró se construirá un imaginario de mitos sobre el pasado de Cataluña, donde se extirpará todas las conexiones del país con España. Las Bases de Manresa, en 1892, serán su proyecto político fuertemente inspirado en el nacionalismo alemán más conservador que vincula la lengua a la política. Valentí Almirall será el hombre clave en virar del federalismo al primer catalanismo, muy alejado del ideal internacionalista de Proudhon, base de las ideas de Pi y Margall.

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  9. Una nación para una clase social

    La crisis de los partidos dinásticos en Cataluña, estudiada por Javier Tusell y otros autores, acabará con la sustitución en la Restauración de estos por fuerzas en inicio regionalistas y por último nacionalistas. Se cita, principalmente, a Prat de la Riba como instigador, pero el verdadero gran hombre en la sombra será Francesc Cambó. Entre la autonomía y el gobierno central, entre Cataluña y España, su política de doble juego conseguirá a través de hechos audaces la mancomunidad catalana de Alfonso XIII en 1914. Hizo en sus «Memorias» el mejor resumen sobre el ascenso nacionalista en estos años:

    «Diversos hechos ayudaron a la rápida difusión del catalanismo. La pérdida de las colonias, después de una sucesión de desastres, provocó un inmenso desprestigio del Estado. El rápido enriquecimiento de Cataluña, fomentado por el gran número de capitales que se repatriaban de las colonias perdidas, dio a los catalanes el orgullo de las riquezas improvisadas, cosa que les hizo propicios a la acción de nuestra propaganda dirigida a deprimir el Estado español y a exaltar las virtudes y merecimientos de la Cataluña pasada, presente y futura»

    No se debe olvidar, afirma García-Cárcel, que el nacionalismo tuvo un marcado carácter de clase en aquellos años. Recuerda el historiador, como también citaba Pierre Vilar, que «la burguesía catalana solía demandar a la autoridad estatal resolver sus problemas sociales». De hecho las clases populares, de origen hispano, solían ser ferozmente anti nacionalistas, cosa que supo utilizar Lerroux en su etapa de «Emperador del Paralelo». Muchas de estas clases populares derivaron en la CNT, fortísima en Barcelona, o movimientos populares de izquierda socialista.

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  10. La II República, por último, verá las últimas asonadas de Cataluña a favor de su independencia: en 1931 Francesc Macià proclamó el 14 de abril de 1931 « la República Catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica». Los ecos de Pi y Margall son, de nuevo, inconfundibles en el texto del viejo militar. La sustitución de los viejos partidos nacionalistas por la Esquerra, más combativa, se concretarán especialmente en su apoyo al golpe y revolución de 1934. Esta será la segunda «independencia» de Cataluña más conocida.

    Después de mantener a lo largo de esta primera semana posiciones ambivalentes con Alcalá-Zamora, presidente de la II República, Companys se unirá a la revuelta de las izquierdas en este mes. Se temía un golpe ultraconservador ante la entrada de los ministros de la CEDA, pero autores como Stanley G. Payne demuestran que la intentona tuvo mucho de «revolución» preparada largos meses antes. Lo interesante es que Companys, que rompió con la legalidad republicana, no llegó a declarar la independencia total de Cataluña y afirmó de nuevo en el balcón de la Generalidad:

    «En esta hora solemne, en nombre del pueblo y del Parlamento, el Gobierno que presido asume todas las facultades del Poder en Cataluña, proclama el Estado Catalán de la República Federal Española, y al establecer y fortificar la relación con los dirigentes de la protesta general contra el fascismo, les invita a establecer en Cataluña el gobierno provisional de la República»

    Otra vez rasgos del viejo federalismo resuenan en la pieza del político nacionalista. La intentona se saldó con la muerte 46 personas, entre mozos de Escuadra y militares, y con medio gobierno de la Generalidad huyendo por las alcantarillas. Josep Pla ironizó de manera maliciosa en sus Crónicas Parlamentarias de «La Veu de Catalunya» sobre los hechos de 1934, que consideró en gran parte una «opereta». Habla de cómo todo en este periodo se construye a través de «desbordamientos»: Dencàs, político de esquerra, superando a Companys y Largo Caballero haciéndolo con Besteiro, en el PSOE.

    El carácter «teatral» de estos actos llevan a la cita de Marx en su clásico texto sobre el 18 Brumario. En este, refiriéndose al golpe de Napoleón III, considera que los hechos se repiten «una vez como tragedia y la otra como farsa». Estos hechos bien valdrían para el eclesiástico Pau Claris y el político Lluís Companys.

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  11. En el mundo, pero fuera de él

    Cataluña, en definitiva, no ha llegado a ser más que independiente una semana de 1641. Su carácter jurídico particular, sus vinculaciones permanentes con los territorios colindantes, hacen imposible hablar de un Estado propio e independiente fuera de otros poderes. Más aún, esta legislación si bien sirvió para evitar abusos del despotismo, como afirman de manera permanente los historiadores propios del nacionalismo, encarceló también al país en unas estructuras sociales obsoletas para la época moderna, como bien vio Vicent Vives en su obra historiográfica. Esa esa tensión la que le hizo afirmar a Quevedo que los catalanes son:

    « Libres con señor; por esto el conde de Barcelona no es dignidad, sino vocábulo y voz desnuda. Tienen príncipe como el cuerpo alma para vivir y como éste alega contra la razón apetitos y vicios, aquéllos contra la razón de su señor alegan privilegios y fueros. Dicen que tienen Conde, como el que dice que tiene tantos años, teniéndole los años a él».

    O de manera más maliciosa y corta, como es habitual en él, Voltaire resume todo en este célebre aforismo: «Cataluña, en fin, puede prescindir del universo entero, y sus vecinos no pueden prescindir de ella».

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  12. Perdonad este corta y pega, es que la historia nunca se me dio bien y si tengo que resumir, me cargo a todos los Monarcas y gobernantes... Y, se acabo la historia.
    Besos

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  13. Se te agradece, amiga, aunque algunos matices difieren de la "historia" que me enseñaron. los historiadores siempre aportan algo de su subjetividad, es muy difícil —para, no decir imposible— abstraerse de la percepción personal; pero, vale, todos parten de lo mismo. Me gusta la filosofía Marxista porque se apoya en materialismo histórico y el dialéctico. La península tenía, y tiene, mucho por desear: empezando por su posición geográfica y clima —entrada al Mediterráneo, frontera geográfica-cultural, etc.—, por lo que muchos, desde el Imperio Romano, la pretendieron. Cataluña se privilegió mucho por el desarrollo de su comercio marítimo, y fue Condado de riquezas, mucho más que político. Pero, no quiero detenerme en esa etapa de de cambios brusco de paternidades sufridas por la actual Italia y España. Es el caso que España llega al siglo XX conformada por varias nacionalidades. Y, su forma definitiva, aunque con gran diferencia temporal, recuerda la formación caprichosa, que ya en época moderna, configuró el mapa de África, donde las Metrópolis dividieron sus colonias a sus antojos —y un congo pasó a formar parte de Nigeria, mientras otro quedaba en Camerún, etc.—. Así en la India al retirarse el Imperio Inglés, muchos creemos que adrede, le extirpó a Paquistán, y, para más peor, no dejó definida las fronteras quedando la zona de Cachemira entre dos aguas —causa de contantes enfrentamientos entre la India y Pakistán; porque los ingleses acostumbraron a dejar lo peor posible cada colonia que perdían...en la Guyana hasta levantaron las líneas férreas—.

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    1. Tu hija me dijo un día "mi papá es muy inteligente" y yo añado: y con mucha memoria y estudio de la historia y la política internacional. Y además un buen poeta. En fin, que lo tienes casi todo, menos salud...¡qué pena! pero mira, yo no tengo nada de todo eso y tampoco salud ¡que le vamos a hacer!

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  14. Bien, Franco impide la última República Española a sangre y fuego. Logra que sus Aliados disculpen el no acompañamiento en la 2da Guerra; porque, la guerra civil había desbastado a España —por lo que tuvo cierta ventaja, despreciada por el hacer del Caudillo—. Sabemos la posición de Franco ante Cataluña, sus imposiciones a todas las Autonomías, etc. Y, para más joder, se va instalando la Monarquía. Entonces, para mi ver, de ahí surgen los conflictos nacionalistas, exacerbados por el regreso a las "libertades" y el fin de las prohibiciones. Sin olvidar las mezquindades y oportunismos de muchos capitalistas que se esconden tras un nacionalismo a ultranza; buscando lucro y beneficios terrenales. España debió darse una Constitución Republicana, o, cuando no, al menos una Constitución que borrara todo lo que oliese al franquismo. Lo óptimo hubiese sido una Constitución Federativa, con igualdades, donde todos fueran españoles y las "nacionalidades" Estados Españoles...pero, estaba el Rey por el medio, como Comandante en Jefe de las FFAA españolas y sus prebendas...entonces borrón y cuenta nueva, siguieron los mismos que sostuvieron a Franco, gozando "la papeleta". Era necesario que pagaran algo por sus fechorías, para que ésa generación que sufrió el cambio, curara sus heridas, y se contuvieran aquellos solapados que llevan el fascismo dentro. La democracia española es frágil; por igual su unidad, como ya Nación y Estado, tiene muchas fisuras. Es el país de Europa más fácil de desintegrar; si algún día el Imperio lo desea —que por suerte, más bien, conveniencia, no es así: él quiere que se mantenga tal está—. España tiene todo lo material, que se necesita para ser un gran País, un gran Estado. Cualquier Gobernante con buenos deseos lo puede lograr. Sabes, pienso que soy un español que emigró hace mucho tiempo —aun me queda familia en España—, y aunque vivo orgulloso de ser cubano, me pasa como a muchos otros, que vemos en ella la "Madre Patria", de allá llegaron mis abuelos y tíos abuelos —aunque tengo unos bise judíos; también, partieron de allá, de Santa Cruz—. La unidad de España es esencial; el separatismo o independentismo, acabaría con un País de mucha historia y posibilidades. Lo que no se puede es mantenerlo por la fuerza; porque, toda fuerza produce otra de reacción, y lo que logra es que muchos otros se sumen y vean en Madrid al enemigo. Además, hoy, no todos los catalanes quieren independizarse, y nadie domina qué harían con su independencia; porque los líderes Independentistas, no han presentado Programa alguno. Bien, desde acá deseo que todo se solucione y “Dios” de a España el gobierno que merece y borre, con circunspección, esas ideas de “naciones” que guardan alguno, y que solo han de servir para enriquecer su folklor: jamás para destruir un País que lleva siglos de constituido —Llámese República o Reinado—. Y, por qué no, un Gobernante que haga de España el país moderno y, sobre todo, independiente.

    Besos y abrazos

    Pd.- Sabes que el llamado Estado Islámico dice que Andalucía es parte de su Califato?

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    1. Gracias por tan instructivo comentario. Lo mio fue un corta y pega, de historia no me sé ni la mia. Es mas, hace poco me enteré, que por parte de madre, desciendo de una etnia gitana de la zona de la Alcarria, pero no me quiero desviar del tema.
      Andalucía de allá, Madrid de acá, Galicia de no se dónde... No nos damos cuenta que todo es de todos y que descendemos del mono, pero es mejor acaparar, ser egoístas, y ponerle puertas al campo.
      Yo vivo en la república independie te de mi casa.
      Besos

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  15. Todo esto que relatas yo lo sé, lo conozco, lo he leío, lo he vivido, he deseado como mi padre La República, pero me gusta leerlo de ti, porque tus explicaciones son sabias. ¡Me encanta cómo lo cuentas, cómo lo deseas. ¡que bien lo explicas!Un abrazo

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  16. Esto se me viene a la mente:

    He andado muchos caminos,
    he abierto muchas veredas;
    he navegado en cien mares,
    y atracado en cien riberas.

    En todas partes he visto
    caravanas de tristeza,
    soberbios y melancólicos
    borrachos de sombra negra,

    y pedantones al paño
    que miran, callan, y piensan
    que saben, porque no beben
    el vino de las tabernas.

    Mala gente que camina
    y va apestando la tierra…

    Y en todas partes he visto
    gentes que danzan o juegan,
    cuando pueden, y laboran
    sus cuatro palmos de tierra.

    Nunca, si llegan a un sitio,
    preguntan a dónde llegan.
    Cuando caminan, cabalgan
    a lomos de mula vieja,

    y no conocen la prisa
    ni aun en los días de fiesta.
    Donde hay vino, beben vino;
    donde no hay vino, agua fresca.

    Son buenas gentes que viven,
    laboran, pasan y sueñan,
    y en un día como tantos,
    descansan bajo la tierra.

    A. Machado

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