Al
cumplir setenta años
se
difumina la meseta de los sueños
el
tiempo corre a gran velocidad
y lo
extenso es una ondulación porosa.
Es
la onomástica de los besos perdidos
de
todo cuanto nos omitió la vida
la
fiesta de los hechos que no sucedieron
la
flor del deseo, el tallo de la realidad.
El
paseo matutino para glosar la vejez
y la
composición del futuro poema
impregnado
de tiempo y espacio
que
escribiré más allá de la muerte.
A
los setenta años, ha llegado el momento
de
poner los relojes en la hora exacta
y
entender que hemos vivido, y eso ya,
no
nos lo quita nadie
pero
dormiremos poco, para ver cuanto antes,
la
luz de los días que son esperanza.
Y
nos pondremos al servicio del encanto, o desencanto,
imaginando
la caricia fresca del viento, en la piel arrugada,
sabiendo
que somos la última estrofa de un soneto.
Tres
versos que todavía no se han escrito
y sin que se puedan precisar sus palabras,
serán
como
la línea horizontal, donde acaba la meseta
a
los cien años.
© Luis Vargas Alejo
Me resulta un buen poema, amigo. A pesar de su invisibilidad —que debe de ser por causa de los 70 años—. Pero, yo lo subrayo y lo leo sin dificultades.
ResponderEliminarAbrazos
Gracias amigo por leerlo. Pero ya se ve
ResponderEliminarSe aprecia un leve heroismo en eso de alcanzar los 70. El poema es fabuloso, a mi entender. relucen las visceras del paso del tiempo, haciédolo versar muy humano, existencial, e incluso algo de un vaticinio onírico.
ResponderEliminarEs un poema que regala imágenes pasadas, presentes y futuras, sin prisa en su versar, para deglutir con calma.
Vuelvo a encontrar desasosiego, aunque esta vez se enmascara más.
Besos.
Alcanzar los 70 es como subir al Everest o lo haces con cuerdas, crampones, mosquetones y botellas de oxígeno o no subes y, eso, que muchos se quedan en el camino. La vida es desasosiego sosegado.
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