domingo, 15 de enero de 2017

¡Qué relatas!

Hace frío. Martina tiene la punta de la nariz roja y sus dientes castañean, como el taconeo de unos zapatos en un tablado flamenco. Nadie abre la puerta. Llamo y llamo por si hubiese sido que no lo oyera... Sale el señor Mostacho ( vecino del 4°A.Tiene un bigote muy poblado) a tirar la basura -lo sé por el olor pestilente a pescado podrido- Mira a Martina y luego a mi. ¡Sujeta la puerta, pequeñaja, no ves que voy cargado! dice con aires de superioridad. Se aleja hacia los cubos de basura, agarro a Martina en brazos y me adentro en el portal con intención de subir a casa. Llamo al ascensor. Abro la puerta, busco el 9 en la hilera de botones que sobresalen de la pared y, ahí, en lo más alto, está. Me pongo de puntillas, salto... ¡imposible! No me rindo, saco a Martina del ascensor y me dirijo a las escaleras. Vivir en el último piso tiene sus ventajas: los vecinos de arriba no molestan, la terraza es más grande y te sientes enorme viendo a la gente tan pequeña desde arriba, eso dice mi madre siempre, cuando hay que subir 9 pisos andando. Ya estoy. Llamo al timbre, una y otra vez, pero nadie contesta. Miro mis bolsillos, tengo 50 pesetas. Llamaré por telefono... Martina ahora tiene los carrillos rojos y lloriquea por sed. Solo tiene tres años y esta aventura de subir y bajar 9 pisos andando la ha agotado. A mi me duelen las piernas, pero he de ser fuerte por ella, soy la hermana mayor. 5 años mayor. Una mamá joven, como dice mi abuela. Voy al bar. Ya están cerrando, pero me dejan pasar para poder llamar. El único teléfono que me se, es el de mi profesor de matemáticas, José. Un viejo amigo de la familia. Un toque, dos toques, tres toques...
— ¿digame?
— hola, José, soy Patricia. ¿está ahí mi madre?
—¿Patricia?— dice extrañado.
—Sí, Patricia. Hemos venido del colegio, el fin de semana a casa. Llevo un rato esperando en el portal a mi madre, y Martina tiene frío. Pensé que podría estar contigo.
—No, Patricia. Aquí no está, pero ahora mismo os mando un taxi y os venís a casa conmigo hasta que llegue tu madre.
—Pero si mamá viene y no nos ve, se va a asustar.
—No te preocupes, yo se lo explico.
—Pero no tengo dinero, para pagar el taxi.
—Yo lo pago cuando llegue aquí. Ahora mismo llamo para que os recojan.
A Martina le vuelve a subir el color rojo a la punta de la nariz... ¡Ahí está el taxi!
No tardamos más de 10 minutos y José nos está esperando en la calle. - ¡qué alivio!-
—Hola, Patricia. Vamos... He hablado con tu madre y ya viene a buscaros.
—Gracias...
—¡Patricia¡ ¡Patricia! Oigo cuando estamos entrando en el portal.
—¡Mamá!— exclamó extrañada.
—¿Por qué no me has esperado en el portal? Sabes que estoy trabajando y no he podido llegar antes. Tú eres la hermana mayor. ¿Qué hubiese pasado si el señor del taxi os hace algo? ¡Eres muy irresponsable! Solo tenías que esperar.
—Martina tenía frio. Hemos llegado a las 5 y son las 11...— murmullo
—¡qué relatas!— dice furiosa.
—Nada. Lo siento mamá.— digo arrepentida.
—¡Martina!—grita mamá dando una abrazo y un beso a mi hermana.—¡vamos, a casa!— dice mirando de reojo a José
—Gracias José— digo cabizbaja según sigo a mamá. El me guiña el ojo.
Begoña M.Bermejo

3 comentarios:

  1. TE RECTIFICO ALGUNAS COSILLAS Y TE COMENTO QUE LA REDACCIÓN ES CASI BUENA, PERO AL RELATO LE FALTA ALGO DE INTRIGA, UN FINAL INESPERADO O ALGUNA DOSIS DE FANTASÍA. TAL VEZ, QUE LA MADRE NO APAREZCA TAN PRONTO...QUE d. jOSÉ SEA AMANTE DE LA MADRE...¡QUÉ SE YO! ALGO MÁS...





    Hace frío. Martina tiene la punta de la nariz roja y sus dientes castañean. (como el taconeo de unos zapatos en un tablado flamenco ESTO SOBRA). Nadie abre la puerta. Llamo y llamo por si hubiese sido que no lo oyera... Sale el VECINO DEL CUARTO, -QUE LE DECIMOS EL MOSTACHO PORQUE TIENE UN GRAN BIGOTE-, a tirar la basura, SUPONGO, POR el olor pestilente a pescado podrido QUE VA DEJANDO TRAS DE SÍ. Mira a Martina y luego a mí.
    - ¡Sujeta la puerta, pequeñaja!, ¡¿no ves que voy cargado?! dice con aires de superioridad.
    Se aleja hacia los cubos de basura, agarro a Martina en brazos y me adentro en el portal con intención de subir a casa. Llamo al ascensor. Abro la puerta, busco el 9 en la hilera de botones que sobresalen de la pared y, ahí, en lo más alto, está. Me pongo de puntillas, salto... ¡imposible! No me rindo, saco a Martina del ascensor y me DISPONGO A SUBIR POR las escaleras. Vivir en el último piso tiene sus ventajas: los vecinos de arriba no molestan, la terraza es más grande y te sientes enorme viendo a la gente tan pequeña desde arriba -eso dice mi madre siempre, cuando hay que subir 9 pisos andando-. Ya estoy. Llamo al timbre, una y otra vez, pero nadie contesta. Miro mis bolsillos, tengo 50 pesetas. Llamaré por TELÉFONO... Martina ahora tiene los carrillos rojos y lloriquea por sed. Solo tiene tres años y esta aventura de subir y bajar 9 pisos andando la ha agotado. A MÍ me duelen las piernas, pero he de ser fuerte por ella, soy la hermana mayor, PUES TENGO CINDO AÑOS MÁS QUE ELLA. Una mamá joven, como dice mi abuela. Voy al bar. Ya están cerrando, pero me dejan pasar para poder llamar. El único teléfono que me SÉ, es el de mi profesor de matemáticas, José. Un viejo amigo de la familia. Un toque, dos toques, tres toques...
    — ¿digame?
    — hola, José, soy Patricia. ¿está ahí mi madre?
    —¿Patricia?— dice extrañado.
    —Sí, Patricia. Hemos venido del colegio, el fin de semana a casa. Llevo un rato esperando en el portal a mi madre, y Martina tiene frío. Pensé que podría estar contigo.
    —No, Patricia. Aquí no está, pero ahora mismo os mando un taxi y os venís a casa conmigo hasta que llegue tu madre.
    —Pero si mamá viene y no nos ve, se va a asustar.
    —No te preocupes, yo se lo explico.
    —Pero no tengo dinero, para pagar el taxi.
    —Yo lo pago cuando llegue aquí. Ahora mismo llamo para que os recojan.
    A Martina le vuelve a subir el color rojo a la punta de la nariz... ¡Ahí está el taxi!
    No tardamos más de 10 minutos y José nos está esperando en la calle. - ¡qué alivio!-
    —Hola, Patricia. Vamos... He hablado con tu madre y ya viene a buscaros.
    —Gracias...
    —¡Patricia¡ ¡Patricia! Oigo cuando estamos entrando en el portal.
    —¡Mamá!— exclamó extrañada.
    —¿Por qué no me has esperado en el portal? Sabes que estoy trabajando y no he podido llegar antes. Tú eres la hermana mayor. ¿Qué hubiese pasado si el señor del taxi os hace algo? ¡Eres muy irresponsable! Solo tenías que esperar.
    —Martina tenía frio. Hemos llegado a las 5 y son las 11...— murmullo
    —¡qué relatas!— dice furiosa.
    —Nada. Lo siento mamá.— digo arrepentida.
    —¡Martina!—grita mamá dando UN abrazo y un beso a mi hermana.—¡vamos, a casa!— dice mirando de reojo a José
    —Gracias José— digo cabizbaja según sigo a mamá. El me guiña el ojo.
    Begoña M.Bermejo.

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  2. Me ha gustado el relato, amiga. Se me da bien.
    Beso

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